El origen de los cordófonos se remonta hasta la antigua Asiria, Israel y Egipto en una época inconcreta de la Edad Antigua que abraza desde el origen de las civilizaciones hasta la caída del Imperio romano en el siglo V d.C. Los primeros instrumentos que se conocen eran de una simplicidad extrema.
Estaban formados por una única cuerda de tripa, seda o fibras naturales que, suspendida entre dos puntos de un arco o vara curvada se pulsaba para producir sonidos: los llamados arcos musicales. Posteriormente aparecieron las liras, cítaras y arpas que, aun no desarrollando la
arquitectura del instrumento, incorporaban múltiples cuerdas con diferentes longitudes con lo cual aumentaban ligeramente las todavía limitadas posibilidades sonoras.
A través de los siglos, los diferentes instrumentos de cuerda fueron evolucionando, adaptándose y modificándose según las exigencias de los intérpretes y la música de cada época. Del legado árabe medieval (laúd y rabel) es de donde surgen los familiares directos del violín y la viola de gamba.
Por un lado, la viola de arco con todos sus parientes (rebec, rabel, vihuela, fídula…) que datan de los siglos IX-X d.C. Por otro lado, la viola da braccio, ya muy cerca de las características de un violín pero con un diapasón todavía separado por bordones, que data del siglo XV.
Los cambios más relevantes en la evolución desde sus orígenes fueron la ampliación de una hasta cuatro cuerdas, la creación del puente y su altura como punto donde se genera el sonido y el abovedado de la caja. Todas estas alteraciones pretendían ofrecer un instrumento que fuese progresivamente más potente, y que a su vez posibilitase una riqueza ejecutiva e interpretativa más amplia.
Pero sin lugar a dudas, el cambio más significativo y revolucionario de todos ellos fue la creación del arco. Este accesorio permitió la obtención de sonidos más prolongados, lo que se conoce como onda estacionaria (imitando a la voz humana), favoreciendo la ejecución de piezas de una mayor complejidad. Añadido al hecho de la eliminación de los trastes o bordones, el violín facultaba la posibilidad de determinar la afinación y cómo tocarla, convirtiéndolo en un aparato fascinante que abría un mundo de posibilidades en los colores de su escala tonal.
El diseño vigente en la actualidad no es casual. Los músicos exigían unas prestaciones que los luthiers más hábiles trataban de materializar. Así, poco a poco, fruto de esta interacción se acabó produciendo la aparición definitiva, tal y como la conocemos hoy en día, de la pequeña caja acústica hecha de madera más perfecta que existe: el violín.